domingo, 3 de diciembre de 2017

DULCE CON SABOR A TRADICIÓN



Entre dulces y tradiciones Cajamarca despierta, entre dulces que ahora a pocos contenta, será su sabor o su color, pero que ahora muchos recuerdan como una herencia.

-       Aquí tiene señorita – dijo María Marcelo de Salas

En un plato de tecnopor blanco, un fruto naranja perfecto rebalsa con el almíbar.  Un aroma a canela y clavo que te transporta  a aquellos años dorados, en los que la berenjena era el dulce esperado por niños, adultos y centenarios.

-       ¿Desea pasar? – Me pregunta María con una sonrisa de bienvenida.

 Su casa es tradicional pero acogedora. Acondicionada para su negocio. Cuatro muebles de madera, con cojines de espuma cubiertos con  fundas tejidas a crochet. Paredes adornadas con imágenes de calendarios y una pizarra con los precios de cada producto que María ofrece a todos aquellos que pasan por la angosta y tradicional calle Pisagua.   

-       Tenga señorita –  Dice María con una cuchara de plástico en la mano acompañada de servilletas.

Su sabor agridulce, hace de este postre una adicción para el paladar.  A pesar de ser dulce, cada bocado parece ser el primero. Sin notarlo estoy llevando la última cucharada a la boca. Lo único que queda en el plato son pequeños tallos de la berenjena.
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María está contenta, es la primera vez que alguien la visita para preguntarle sobre su pasión, los dulces.
“Desde muy pequeña he aprendido de mi madre a hacer dulces. Es el sustento de mi hogar.  Antes hacía más. Pero como ahora todo está caro, ya no me sale”  - dice nostálgica.
Su carta de presentación es el dulce de berejena, seguido del dulce de higo, la leche asada, la leche cortada, alfajores, charlota y torta de chocolate.
“las tapitas de leche y torta boreal eran muy pedidas pero como la leche subió y el gas también ya no se puede. Hasta las pecanas subieron de seis soles a veinte el kilo” – menciona María.
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Señora deme  un dulce de higo. ¿Puedo pasar? – Llama a su puerta una de sus clientas frecuentes.

María abre la puerta y hace pasar amablemente a su clienta.  La pasión que ella tiene por su trabajo lo demuestra en la gentileza con la que atiende.
Llegan más, es el inicio de su día laboral.

Al igual que María, las hermanas Marta y Violeta Villanueva Ortiz tienen una pequeña tienda en el jirón Unión y Juan Villanueva, este último en honor a su padre, un pintor reconocido en Cajamarca.
Para ellas su mayor herencia no es su casa, que fue un convento, ni tampoco los bienes que recibieron, si no la grandeza de saber la receta de los dulces tradicionales que su madre les dejó.
Conocer a  las hermanas Villanueva me regresó a los años dorados. 
Marco Montero, uno de los tradicionales vendedores de estos dulces, pero no fabricante, cuenta brevemente que la familia Villanueva Ortiz no fue la única dedicada a estos dulces,  que tiempos atrás dos señoritas conocidas como “Las Perlitas” también ofrecían el dulce sabor a tradición, pero fallecieron sin dejar descendencia.
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Marta y Violeta recuerdan con gran nostalgia su infancia. “Somos tres hermanas, pero  solo nosotras hemos mantenido la tradición de preparas estos dulces para las fiestas costumbristas de Cajamarca y alrededores” – dice Marta mirando a su hermana.
Es una tienda muy pequeña, rodeada por vitrinas repletas de dulces morados, naranjas, verdes, amarillos, blancos; con formas de perritos, ovejitas, muñecas, rombos y con sabores a camotillo, zanahoria, jarabes y maní.
“Llevamos con esta tradición hace más de sesenta años, a pesar del tiempo y de nuestra poca fuerza hemos seguido adelante. La gente nos conoce y sabe a dónde venir. A pesar de los años  nuestro negocio va bien. Nos piden un montón de dulces. Lástima que después de nosotras ya no haya quien continúe esta tradición. Pero estamos orgullosas” – dice Marta mostrando un cuadro con el afiche del primer concurso de dulces y licores tradicionales de Cajamarca en el que obtuvieron el primer puesto.
Marta y Violeta rodean los setenta años y aunque no lo parece el peso de la edad no influye en su labor porque como ellas lo mencionan todo depende de Dios.
Sus manos mágicas, como ellas mencionan, son herencia de su familia, ya que todos tienen un lado artístico. Muy aparte de realizar dulces, Violeta pinta y moldea figuras surrealistas; y Marta confecciona los vestidos de los bollos que en su tienda venden.  
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Los dulces  más vendidos en su tienda son figuras hechas a base de azúcar y agua que forman un masa blanca parecida a la masa elástica, con diferencia que esta es dura.
Los pedidos son hechos con anticipación de ocho días y estos se utilizan para la llamada “Mesa de Once” que se dan en bautizos, landaruto y fiestas religiosas, que son costumbristas de pueblos aledaños.
Los precios de cada figura varían en el tamaño, van desde un sol hasta siete soles. Y lo mejor de todo es que estos dulces no tienen fecha de vencimiento.

Las formas de este dulce hacen dudar entre llevarlos a la boca o guardarlos como un recuerdo de nuestra tradición. Pero la curiosidad por conocer que sabor tienen, si empalagan, si solo sabe a azúcar o alguna fruta; me hace inmediatamente meterlo a la boca y hacer un viaje al pasado, al recuerdo de la niñez de nuestros padres y abuelos. A ese dulce con sabor a tradición. 

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