Entre
dulces y tradiciones Cajamarca despierta, entre dulces que ahora a pocos
contenta, será su sabor o su color, pero que ahora muchos recuerdan como una
herencia.
- Aquí
tiene señorita – dijo María Marcelo de Salas
En un plato de tecnopor blanco, un fruto
naranja perfecto rebalsa con el almíbar.
Un aroma a canela y clavo que te transporta a aquellos años dorados, en los que la
berenjena era el dulce esperado por niños, adultos y centenarios.
- ¿Desea
pasar? – Me pregunta María con una sonrisa de bienvenida.
Su casa es tradicional pero acogedora.
Acondicionada para su negocio. Cuatro muebles de madera, con cojines de espuma
cubiertos con fundas tejidas a crochet.
Paredes adornadas con imágenes de calendarios y una pizarra con los precios de
cada producto que María ofrece a todos aquellos que pasan por la angosta y
tradicional calle Pisagua.
- Tenga
señorita – Dice María con una cuchara de
plástico en la mano acompañada de servilletas.
Su
sabor agridulce, hace de este postre una adicción para el paladar. A pesar de ser dulce, cada bocado parece ser
el primero. Sin notarlo estoy llevando la última cucharada a la boca. Lo único
que queda en el plato son pequeños tallos de la berenjena.
***
María
está contenta, es la primera vez que alguien la visita para preguntarle sobre
su pasión, los dulces.
“Desde
muy pequeña he aprendido de mi madre a hacer dulces. Es el sustento de mi
hogar. Antes hacía más. Pero como ahora
todo está caro, ya no me sale” - dice
nostálgica.
Su
carta de presentación es el dulce de berejena, seguido del dulce de higo, la
leche asada, la leche cortada, alfajores, charlota y torta de chocolate.
“las
tapitas de leche y torta boreal eran muy pedidas pero como la leche subió y el
gas también ya no se puede. Hasta las pecanas subieron de seis soles a veinte
el kilo” – menciona María.
***
Señora
deme un dulce de higo. ¿Puedo pasar? –
Llama a su puerta una de sus clientas frecuentes.
María
abre la puerta y hace pasar amablemente a su clienta. La pasión que ella tiene por su trabajo lo
demuestra en la gentileza con la que atiende.
Llegan
más, es el inicio de su día laboral.
Al
igual que María, las hermanas Marta y Violeta Villanueva Ortiz tienen una
pequeña tienda en el jirón Unión y Juan Villanueva, este último en honor a su
padre, un pintor reconocido en Cajamarca.
Para
ellas su mayor herencia no es su casa, que fue un convento, ni tampoco los
bienes que recibieron, si no la grandeza de saber la receta de los dulces
tradicionales que su madre les dejó.
Conocer
a las hermanas Villanueva me regresó a
los años dorados.
Marco
Montero, uno de los tradicionales vendedores de estos dulces, pero no
fabricante, cuenta brevemente que la familia Villanueva Ortiz no fue la única
dedicada a estos dulces, que tiempos
atrás dos señoritas conocidas como “Las Perlitas” también ofrecían el dulce
sabor a tradición, pero fallecieron sin dejar descendencia.
***
Marta
y Violeta recuerdan con gran nostalgia su infancia. “Somos tres hermanas,
pero solo nosotras hemos mantenido la
tradición de preparas estos dulces para las fiestas costumbristas de Cajamarca
y alrededores” – dice Marta mirando a su hermana.
Es
una tienda muy pequeña, rodeada por vitrinas repletas de dulces morados,
naranjas, verdes, amarillos, blancos; con formas de perritos, ovejitas,
muñecas, rombos y con sabores a camotillo, zanahoria, jarabes y maní.
“Llevamos
con esta tradición hace más de sesenta años, a pesar del tiempo y de nuestra
poca fuerza hemos seguido adelante. La gente nos conoce y sabe a dónde venir. A
pesar de los años nuestro negocio va
bien. Nos piden un montón de dulces. Lástima que después de nosotras ya no haya
quien continúe esta tradición. Pero estamos orgullosas” – dice Marta mostrando
un cuadro con el afiche del primer concurso de dulces y licores tradicionales
de Cajamarca en el que obtuvieron el primer puesto.
Marta
y Violeta rodean los setenta años y aunque no lo parece el peso de la edad no
influye en su labor porque como ellas lo mencionan todo depende de Dios.
Sus
manos mágicas, como ellas mencionan, son herencia de su familia, ya que todos
tienen un lado artístico. Muy aparte de realizar dulces, Violeta pinta y moldea
figuras surrealistas; y Marta confecciona los vestidos de los bollos que en su
tienda venden.
***
Los
dulces más vendidos en su tienda son
figuras hechas a base de azúcar y agua que forman un masa blanca parecida a la
masa elástica, con diferencia que esta es dura.
Los
pedidos son hechos con anticipación de ocho días y estos se utilizan para la
llamada “Mesa de Once” que se dan en bautizos, landaruto y fiestas religiosas,
que son costumbristas de pueblos aledaños.
Los
precios de cada figura varían en el tamaño, van desde un sol hasta siete soles.
Y lo mejor de todo es que estos dulces no tienen fecha de vencimiento.
Las
formas de este dulce hacen dudar entre llevarlos a la boca o guardarlos como un
recuerdo de nuestra tradición. Pero la curiosidad por conocer que sabor tienen,
si empalagan, si solo sabe a azúcar o alguna fruta; me hace inmediatamente
meterlo a la boca y hacer un viaje al pasado, al recuerdo de la niñez de
nuestros padres y abuelos. A ese dulce con sabor a tradición.
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